Recién aterrizados y sin apenas descanso nos ponemos manos a la obra. Al igual que los compañeros que habían venido anteriormente, colaboramos con el EREC en la distribución de verduras y fruta entre los refugiados. No ha sido sencillo acercarse al campamento puesto que hay que pasar el filtro policial y después de más de media hora de negociaciones, al fin nos dejan pasar.
Una vez dentro, los veteranos tienen muy bien organizado el reparto y pese a la situación de extrema necesidad que acompaña a esta gente, no cunde el caos y la distribución se realiza de forma eficiente. Estamos recién llegados y todavía nos cuesta asimilar lo que estamos viendo. Acompaño a una mujer mayor para llevarle las dos bolsas de comida que le corresponde. Su haima está en un extremo del campamento. Mientras caminamos entre las tiendas de campaña, se me cae el alma al suelo al comprobar la situación en la que sobreviven miles de personas que hasta hace poco tiempo vivían como nosotros. Pese a su estado, no dudan en sonreir o invitarte a un chai al pasar a su lado.
La labor en el campamento es muy gratificante. Y al final de la tarea… un momento para un té. Y es un descansillo, puesto que después de cenar, colaboramos de nuevo en la distribución de comida (esta vez enfocada a niños) en otro campamento.
Pese a haber estado una noche sin dormir debido al viaje, la jornada ha transcurrido mucho más llevadera de lo esperado.
A la mañana siguiente, pese a toda de «información» que corre sobre el inminente desalojo del campo de Idomeni y las dudas de si vamos a poder continuar con las labores de distribución… sin perder la esperanza, ni tampoco la alegría, continuamos con el trabajo.