Trabajando en los campamentos, no resulta extraño que alguna familia no te sonría y te invite a pasar a su pequeña haima a tomar un té. Había tenido la ocasión de conocer in situ la hospitalidad musulmana, pero resulta sorprendente que incluso en situacines de extrema precariedad, esta gente te ofrezca lo poco que tiene.
En ocasiones somos invitados a sentarnos a la mesa y compartir los escasos alimentos que han conseguido. Incluso realizando algún reparto de alimentos, nos devuelven parte de lo entregado para que lleguen los limitados recursos para todo el mundo.
Europa debiera deshacerse de sus prejuicios y perder el miedo a gentes de culturas diferentes y permitir contagiarse de hospitalidad.
Lecciones de humanidad.
Inmigrantes marroquís en el edificio abandonado de Bp.
Familia afgana en el campo de Hara.