Toda esta gente lo ha dejado todo atrás, trabajo, casa, amistades, seguridad, y se encuentra ahora en una incertidumbre total. Son ya tres o cuatro meses, y previsiblemente serán muchos más, en este rincón del Mediterráneo, atrapados entre la guerra mortífera a sus espaldas y la insolaridad de la Unión Europea, que cruelmente bloquea su camino de huída. Esa Europa del «bienestar», la de las buenas intenciones, la abanderada de los derechos humanos, realmente de momento la única salida para todas estas familias, está a dos pasos de aquí, al alcance de la vista, presentándose como un caramelo deseado pero inalcanzable. Entre medio no hay más que una línea imaginaria existente sólo en el mapa pero que supone una muralla defensiva de papeleo burocrático y acoso policial difícilmente franqueable.
Sin embargo, en esta espera interminable y desgraciada la vida sigue su curso y la alegría y las ganas de vivir van buscando rendijas por las que colarse para ir iluminando poco a poco este ambiente gris.
Las niñas y los niños son los grandes portadores de esa esperanza, Se les ve en cualquier momento jugando ruidosos y contentos por aquí y por allá, haciendo del campo de refugiados su nuevo hogar, casi como si de un camping se tratara. Unos corriendo detrás de un desinflado balón, otros practicando puntería con tirachinas hechos a base de trozos de guantes de latex y una botella de plástico cortada. Cuando vamos a colocar extintores se nos acercan enseguida, curiosos, con una sonrisa, «my friend, my friend», y al poco se le puede ver a Ione rodeada de pequeñas profesoras en una improvisada clase de cantos infantiles kurdos, o a Iker, a Luis o a mi con un cortejo de ayudantes de electricista tirando de alargadera.
Escenas de esperanza son también pequeños gestos aquí y allá, que dignifican la vida de los refugiados. El centro cultural del campo de Cherso, llevado por unos catalanes, es uno de ellos, con su pequeña escuela y hasta una improvisada pantalla gigante hecha con palets y telas. A su lado está la huerta donde ayer mismo empezaron a poder cultivar sus propias verduras.
Desde Bomberos de Navarra, junto con EREC, estamos ya instalando extintores en los campos que vamos consiguiendo permiso y continuamos con el suministro de verduras frescas y otros alimentos a algunos campos para que puedan romper la monotonía de la comida de catering que les proporciona el gobierno griego. Aparte, algunos días, nos ha tocado colaborar en los almacenes donde se acumula la ropa donada para clasificarla y a hacer lotes de modo que sea más fácil su reparto.
En aquellos que están entre paredes y bajo techo uno de los grandes problemas es la sensación de hastío, de no tener nada que hacer, inmersos en un ambiente de cemento claustrofóbico y de calor sofocante. En el de Sindos una organización de ayuda ha alquilado una nave vecina para poder instalar una especie de café, un lugar de encuentro, con sofás hechos de palets, para que en el paso de las horas haya se pueda disfrutar de algún momento de cierto aliciente.
Hay mucho contraste aquí, historias bonitas en medio de la tragedia.