Contribuimos también en complementar el reparto de frutas y vegetales, con aceite, leche, u otros productos.
SMH
Hasta hace pocas fechas, gentes que huían de sus hogares tomaban la ruta de las islas del Egeo para su llegada a Europa. Las mafias se aprovechaban de su desesperación para cobrarles entre 1000 y 1500 euros por persona por un viaje de media docena de kilómetros en unas precarias embarcaciones. Muchos arribaban a las costas de estas islas, pero algunos perdieron sus vidas en esta travesía.
Con la intención de aportar su granito de arena en la crisis de los refugiados, algunos compañeros de bomberos de Navarra tomaron la decisión de viajar a Qios con la intención de hacerles más segura su llegada a Europa.
Roberto, Ritxar, Mariano, Oscar, Eliseo, Igor, Xabi, Enma, Iker, Asier, Rut y Diego. Falta Carmelo que estuvo en el turno anterior.
Firmado un nuevo acuerdo entre Turquía y Europa, en el que esta última pagó seis mil millones de euros a Turquía para que ésta vigilara sus costas e impidiera a los migrantes asaltar el viejo continente, los traficantes de personas idearon nuevas rutas.
Ahora, la ruta es más peligrosa y complica mucho más el rescate en los accidentes y naufragios que se producen en aguas abiertas.
¡Enhorabuena por el trabajo realizado por todos los voluntarios que trabajan en Qios o Lesbos!
Vergüenza de sentirse europeo.
Desayunamos con la impactante noticia de la muerte de al menos cuatrocientos migrantes en el canal de Sicilia. Con éstos, suman más de setecientos que han dejado su vida en esta travesía en una semana. El cierre de la frontera turca obliga a miles de personas que huyen de conflictos bélicos o de la miseria a buscar nuevas rutas y jugarse la vida en el mediterráneo.
Desde Europa pretendemos crear un castillo cuyos muros sean infranqueables, valiéndonos además de ese foso lleno de cocodrilos (que se ha convertido el mediterráneo) al que arrojamos a «nuestros enemigos» en su intento de invadirnos.
Sensibilizados quizás de manera especial, por ponerles día a día rostro a esos miles de personas que desaparecen en el mar, no podemos dejar de avergonzarnos de pertenecer a un continente llamado Europa.
Arrancando sonrisas… y sonrojos.
La esperanza es lo último…
Y aunque un dicho popular reza que «la esperanza es lo último que se pierde», la cruda realidad indica que las fronteras cada vez serán más altas y el sueño de esta gente difícilmente alcanzado.
Sin palabras.
Cada día nos sorprenden las situaciones que vivimos. El día de hoy se ha planeado dejar terminado el censo de tiendas en el campamento de EKO. Resulta laboriosa esta tarea, ya que la diversidad de composiciones familiares, así como el hecho de que puedan aparecer nuevas tiendas, hace que sea difícil adaptar el reparto de bolsas de vegetales que se viene haciendo con las necesidades reales. Este trabajo ha sido concluido gracias en gran parte a la colaboración de interpretes (refugiados) que han realizado un gran trabajo.
A media tarde han llegado al campo varios autobuses de policía con personas que han bajado con sus escasas pertenencias. No hay sitio para ellas y por si esto fuera poco, entre los recién llegados hay un grupo de afganos que no son bien recibidos por los algunos de los actuales moradores del campo de EKO. Rápidamente los voluntarios nos hemos empezado a movilizar para evitar tumultos, facilitándoles agua y mediando con la policía para su traslado a otro lugar. Finalmente y dado que los recién llegados, pudieran (interceptados en su intento de cruzar la frontera), no confiaban en los autobuses policiales, se ha conseguido que las autoridades hicieran la vista gorda ante el traslado en coches particulares (no permitido).
Algunos de nosotros hemos colaborado en el traslado hacia el campo de HARA. En el lugar nos encontramos una situación comprometida. En un viejo edificio ocupado por decenas de hombres de origen pakistaní, se encuentra también una joven marroquí sola y enferma. Tratamos de convencerla de que venga con nosotros al campo de Eko (más cómodo y seguro), pero rechaza la oferta.
Nos llega el rumor de que existe la posibilidades de entrar en Idomeni e improvisamos una visita. Hemos de interesarnos por una placa solar que colocaron nuestros compañeros anteriormente, motivo por el cual se nos abre el acceso restringido.
Nos invade una angustia al llegar al campo que nos acompaña durante toda la visita. Contemplamos el vacío más absoluto, la desgarradora huella de quien abandona lo poco que tiene porque no se le desea y es obligado a irse, no se sabe hacia donde. Nadie los quiere y se les niega el derecho a un futuro. Sabemos que somos de los primeros en contemplar este escenario que nos avergüenza.
Una parte de la vida de miles de ciudadanos que huían de la guerra o de la miseria quedarán en Idomeni para siempre y Europa sigue dándoles la espalda.
Afortunadamente encontramos personas que ya trabajan recuperando lo que ha quedado de Idomeni para llevarlo a otros campos inmediatamente.
Tiempo para protestar.
Nuevas tareas.
Ante la imposibilidad de acceder a Idomeni, buscamos nuevas tareas a desarrollar. Se decide trasladar el reparto de comida a los campamentos periféricos. Pero antes de la distribución, hay que hacer un estudio detallado y un censo de la gente se agolpa en estos campos.
Por la tarde buscamos un rato para un nuevo suministro de leña con el que poder cocinar las verduras del día siguiente.
Reparto de leña.
El campamento de Idomeni no es el único. Sí el más conocido y en el que han llegado a vivir hasta doce mil personas. Alrededor de éste se encuentran pequeños campamentos donde por el momento nos permiten entrar. Si la noche anterior hacemos un reparto de bolsas de comida para los niños en EKO, hoy decidimos acercarnos a los campos de Bp y Hara para abastecer de leña a sus moradores. La madera no es tan demandada como los alimentos, o como cuando ésta era necesaria para soportar las bajas temperaturas. Ahora se emplea principalmente para cocinar. En la medida de lo posible, tratamos de evitar la tala de la escasa vegetación de los alrededores o la utilización de plásticos o mantas para la combustión.
En el reparto de leña dentro del campamento no hay edad para colaborar y de forma paulatina los montones de leña disminuyen hasta desaparecer.
Sorprendentemente, hasta el último depósito que dejamos no se acerca nadie. Sabemos que el dueño de la estación de servicio no les permite encender fuego cerca de la gasolinera, pero un hombre mayor nos explica que ya no la necesitan. Temen que el desalojo de estos pequeños campamentos es inminente. La desesperación se convierte en un nuevo enemigo a vencer.